martes, 20 de marzo de 2012

El secuestro (relatos breves II)

Silvia recuperó la conciencia a oscuras tras un período de ausencia en el mundo real. Sus ojos estaban ocultos tras un trapo anudado con fuerza en la cabeza. Sus manos y sus pies estaban sujetas con cuerdas, que parecían estar amarradas a lo que ella percibía como una cama. Podía imaginar su imagen crucificada sobre un colchón demasiado blando y viejo, lo que dedujo por el contacto de su piel con la tela y el malestar que le producían los prominentes muelles en su cuerpo. Dentro del caos de su mente, de la búsqueda racional de la situación, se dio cuenta de que estaba desnuda. Una corriente de aire helado recorría el lugar donde se encontraba, erizando el vello de su joven piel de 21 años. Lo último que recordaba era su salida de la Facultad de Derecho. Había terminado sus clases al anochecer, este año tenía el horario nocturno, y tras despedirse de sus compañeras de clase se dirigía a la parada de autobús para regresar a su casa. Ahora se encontraba en un sitio desconocido, frío, desnuda y atada a una cama. De repente escuchó una puerta que se abría y los pasos de alguien que entraba en la habitación. “¿Quién eres?, ¿dónde estoy?, ¿qué está ocurriendo?........, ¿qué quieres de mí?”, repetía Silvia perturbada mientas sus muñecas y tobillos sufrían cada vez más el daño provocado por sus desesperados movimientos y los intentos de liberarse. Su inquietud no obtuvo respuesta y sólo notaba el intenso aliento que compartía con la otra persona que se encontraba en la sala. Su corazón se precipitó aún más al notar cómo un objeto punzante alcanzaba lentamente su pecho. El miedo paralizó cualquier intento de gritar, de hablar, sólo podía expresar su pánico con una corriente de lágrimas que comenzaba a deslizarse por su rostro; sólo podía reaccionar inmóvil a la ceguera del terror. El tacto de unas manos ajenas se posó sobre su pubis con despreciables caricias que poco a poco fueron alcanzando su vagina hasta iniciar un abuso en su interior cada vez más acelerado. La presión en el pecho, el dolor y la falta de respiración invadieron el impoluto cuerpo de Silvia hasta sumirla de nuevo en la penumbra, esta vez precipitada y tenebrosa, absorta en la inconsciencia, en el silencio inocente de su muerte.

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